LOS TRES CERDITOS
En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua.El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
EL PATITO FEO
Como cada verano , a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos.
Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se juntaron ante el nido para verles por primera vez. Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos , cada uno acompañado por los gritos de alegria de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo , el más grande de los siete , aún no se había abierto.Todos concentraron su atención en el huevo que permanecía intacto , y también los patitos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente patito , más grande que sushermanos , pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis…
La Señora Pata se moría de verguenza por haber tenido un patito tan feo y le apartó de ella con el ala mientras prestaba atención a los otros seis. El patito se quedo tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían… Pasaron los dias y su aspecto no mejoraba , al contrario , empeoraba , pues crecía muy rápido y era flaco y desgarbado, además de bastante torpe el pobre..
Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe. El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto, y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.
Así llegó a otra granja , donde una anciana le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían , pero se equivocó también , porque la vieja era mala y solo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. Y también se fue de aquí corriendo.Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que querían dispararle.
Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.
Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vió en el estanque, le respondieron:
- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!
A lo que el patito respondió:
-¡No os burleis de mí!. Ya sé que soy feo y flaco, pero no deberíais reír por eso…
- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y verás como no te mentimos.
El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado.
¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.
Asi fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre…
RAPUNZEL
Érase que se era una pareja de enamorados que lo que más deseaba en el mundo era tener un bebé. Un día, por fin, su deseo se cumplió. ¡Estaba embarazada!
Mientras la madre esperaba a que llegara su bebé, miraba por la ventana y suspiraba. Al otro lado de su ventana se veía un hermoso huerto lleno de flores y de frutos sabrosos.
- ¡Cómo me gustaría poder comer alguna de las ricas manzanas de ese huerto! – suspiraba constantemente la madre.
Pero aquel huerto pertenecía a una hechicera con muy mal carácter y nadie se había atrevido jamás a traspasar los muros de aquel lugar. Pero tal era el deseo de la mujer que comenzó a enfermar. El hombre, preocupado por su estado, decidió cumplir el deseo de su mujer.
Lo hizo de noche y la bruja no se dio cuenta. La mujer comenzó a mejorar al comer aquellas manzanas, pero necesitaba más y más y más. Así que el hombre volvió una vez y otra y otra hasta que una noche la hechicera le descubrió.
- Así que tú eres el tipo que ha estado robando mis manzanas…
El hombre le explicó que las manzanas eran para su mujer y que sin ellas moriría ella y el bebé que esperaba. Al escuchar aquello, la bruja tuvo una idea. Permitiría al hombre quedarse con las manzanas si a cambio le entregaba a su hija cuando esta naciera. El hombre no tuvo otro remedio que aceptar.
Cuando la niña llegó, la bruja acudió a casa de la pareja y se la llevó. Fueron pasando los años y la niña, a la que llamó Rapunzel, fue creciendo y convirtiéndose en una joven bellísima. Tan bella era, que la bruja, celosa de su belleza, decidió encerrarla en una torre en medio del bosque. Una torre sin escaleras, ni puertas. Tan solo tenía una ventana en lo alto desde la que Rapunzel se asomaba cada vez que la bruja la llamaba:
- Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza para que pueda subir.
La joven soltaba su larga y abundante trenza rubia y la bruja trepaba por ahí.
Un día, un joven apuesto que cabalgaba por el bosque pasó por la torre y escuchó una voz que cantaba. Era la voz más dulce que había oído jamás. Atraído por aquella melodía se acercó al lugar del que procedía aquel sonido. Se trataba de la torre en la que vivía Rapunzel.
- Pero, ¿cómo entrar en esa torre si no tiene puertas ni escaleras? – se preguntó sorprendido el joven.
En aquel momento llegó la bruja y el chico se escondió.
- Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza
Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja, como hacía siempre, trepó hasta la ventana. Fue así como el joven descubrió cómo subir a la torre. Imitando a la bruja, gritó, cuando estuvo seguro de que andaba ya muy lejos:
- ¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!
Rapunzel, como siempre, lo hizo, pero al ver aparecer un apuesto joven, en vez de a la bruja cascarrabias, se asustó. Menos mal que el chico era dulce y amable. Le contó que su voz le había cautivado y que quería sacarla de ahí para hacerla su esposa. Rapunzel tuvo dudas al principio. Habían estado juntos un par de horas y habían hablado, se habían reído mucho y lo habían pasado bien. Pero aunque quería salir de aquel lugar y aquel muchacho era muy agradable, no veía por qué tenía que casarse con él.
- Me encantaría que me sacaras de aquí. Pero no sé si quiero casarme contigo. ¿No podemos simplemente ser amigos?
El joven se quedó un momento pensativo. Aquella joven era bellísima y muy agradable. Aunque no quisiera ser su esposa no podía dejarla ahí encerrada. Así que aceptó ser solo amigos y le prometió que al día siguiente vendría a buscarla con una escalera para sacarla de ahí. Rapunzel se puso tan contenta que comenzó a cantar otra vez.
- Muchas gracias. Tú sí que eres un verdadero amigo.
Sin embargo, para desgracia de los dos, la bruja había olvidado su sombrero en lo alto de la torre y había vuelto para recogerlo. Al encontrarse al joven bajando por la trenza de Rapunzel comprendió de inmediato el engaño.
- ¡No volveréis a veros! – gritó enfurecida y hechizó al chico, dejándole ciego.
La bruja, además, sacó a Rapunzel de aquella torre, le cortó su larga trenza y la abandonó en un lugar muy muy lejano del bosque donde no vivía nadie y donde nadie podría encontrarla jamás.
El joven, al quedar ciego no fue capaz de salir del bosque, estuvo durante mucho tiempo vagando entre los árboles. Un día, por casualidad, el muchacho llegó al lugar donde vivía Rapunzel. No podía verla, pero escuchaba claramente su bella voz, así que se acercó, convencido de que por fin la había encontrado. Cuando Rapunzel vio al joven se puso muy contenta.
- ¡Has cumplido tu promesa! Realmente eres un buen amigo.
Pero en seguida se dio cuenta de que el joven estaba ciego. Por su culpa aquel muchacho se había cruzado con la bruja y esta le había condenado a no ver nunca más. Rapunzel se puso muy triste y abrazó al joven con cariño.
- Lo siento, lo siento mucho, amigo – le dijo con lágrimas en los ojos.
Por suerte, aquellas lágrimas cayeron sobre los ojos del muchacho y al momento la luz y los colores volvieron a él. ¡Podía ver!
Juntos atravesaron el bosque y regresaron a la ciudad de la que venía el joven. No llegaron a casarse nunca, pero fueron amigos, muy buenos amigos, para siempre.
VALENTÍN,EL HIPOPÓTAMO SALTARÍN
Valentín llegó al zoo una tarde en que llovía mucho. No venía de África, como los otros hipopótamos del zoológico, sino del Gran Circo Mundial “La Ballena”, que había tenido que cerrar por problemas económicos. Su desaparición había provocado que todos los animales del circo tuvieran que buscarse otro lugar donde vivir.
A Valentín le habían mandado a un zoo pequeñito que había en una ciudad del norte. El lugar parecía agradable, pero…¡era tan diferente al circo! Lo único que se podía hacer todo el día era dormir, comer, rebozarse en el barro y sonreír a los visitantes que le hacían fotos constantemente.
- ¿Es que aquí no se hace nada más? – preguntaba frunciendo el ceño, el hipopótamo Valentín.
- ¿Te parece poco? – contestaba siempre uno de los perezosos de la jaula de al lado- sonreír todo el día a los turistas me parece agotador ¡con lo bien que se está durmiendo!
Pero a Valentín, que venía de una legendaria familia de hipopótamos artistas y bailarines de circo, eso de estar todo el día tirado a la bartola le aburría una barbaridad…
- ¡Si al menos tuviera música con la que bailar! – se lamentaba constantemente, mientras sus pies se movían al son de una melodía imaginaría que solo escuchaba él.
Los animales con los que convivía observaban con curiosidad a aquel hipopótamo extraordinario que suspiraba cada día y aprovechaba los momentos en los que no había visitantes, para bailar un tango, una samba o un cha-cha-chá. Por eso todos le llamaban el hipopótamo bailarín.
- Los bailes latinos son divertidos- explicaba a sus amigos- aunque a mí, de siempre, lo que más me gusta es la danza clásica con sus tutús vaporosos y sus zapatillas puntiagudas…
Tanto se lamentaba, y tan triste se le veía, que los animales del zoológico decidieron un día hacerle un regalo. Se juntaron todos sin que Valentín, el hipopótamo bailarín, se enterara y urdieron un plan para sorprender a su amigo.
- Necesitamos una banda, eso es fundamental – comentó la leona.
- Nosotros podemos hacer música con nuestras trompas – se ofrecieron los elefantes.
- Y nosotras con nuestros picos – exclamaron las grullas y los flamencos.
- Quizá nosotros podamos tocar el tambor – se ofrecieron los osos.
Uno a uno, todos los animales fueron organizándose para formar aquella orquesta maravillosa. Ensayaban a la menor ocasión, aunque lo más difícil era mantener alejado a Valentín. De esa delicada misión se encargaron los chimpancés, que estaban todo el rato tratando de entretener al hipopótamo.
- ¡Qué pesados están los monos, últimamente! – se quejaba Valentín – se pasan el día detrás de mí.
Y cuando le escuchaban quejarse, todos los animales se reían para sí, pensando en la sorpresa que se llevaría Valentín cuando viera aquella orquesta maravillosa y pudiera bailar con ellos.
Por fin, después de varias semanas de ensayos, llegó el día elegido. Se trataba del aniversario de la llegada de Valentín al zoo. Había pasado un año entero. Doce meses sin funciones, sin coreografías, sin aplausos, sin trajes de baile, ni tutús elegantes.
- ¡El tutú! Se nos había olvidado por completo – exclamó contrariado el rinoceronte.- No podemos hacerle bailar sin su tutú.
- ¿Pero dónde encontraremos uno? – se preguntaron todos.
- No os preocupéis – exclamó uno de los chimpancés – ¡Yo conseguiré uno! Dadme unas horas.
Y el chimpancé desapareció entre los árboles. Fue colgándose de una rama a otra hasta que salió a la ciudad. Anduvo de árbol en árbol hasta que por fin llegó a una tienda de disfraces. De cómo consiguió hacerse con un disfraz de bailarina tamaño XL poco más se sabe, pues nunca quiso desvelar lo que había ocurrido. Lo único que supieron todos los animales es que apenas un par horas después de haberse marchado, el chimpancé estaba de vuelta con un enorme tutú rosa y con sus zapatillas a juego.
- Ya lo tenemos todo –anunció el tigre de Bengala, que era el director de la orquesta. – ¡Que empiece la función!
Cuando Valentín escuchó aquella música estrafalaria no pudo evitar acercarse a ver que pasaba. ¡Vaya sorpresa se llevó al ver a todos sus amigos tocando la Sinfonía nº5 de Beethoven! Pero el hipopótamo se quedó aún más sorprendido cuando uno de los chimpancés le entregó un paquete envuelto en papel amarillo: ¡era un tutú!
Valentín, el hipopótamo bailarín, se probó aquel tutú y bailó y bailó para todos sus amigos.
Los animales del zoo lo pasaron tan bien, que desde entonces, cada primer lunes del mes organizan un gran concierto donde todos están invitados. También tú…aunque… ¿te atreves a danzar con el hipopótamo bailarín…?